El postconflicto en Salvador 13 de octubre de 2015
El postconflicto en
Salvador
Santos avanza en la
destrucción del Estado de Derecho con la ley habilitante y la persecución de la
oposición política, a cualquier precio busca que las Farc le firmen un papel. Nos
ponen de ejemplo los “procesos de paz” de Centroamérica e ignoran que aquellos
países no conocieron la paz después de tanta impunidad. Una publicación
estadunidense advierte que en el Salvador han sido asesinadas 4.930 personas en
nueve meses, dejando el año con una cifra superior a 100 asesinatos por 100mil
habitantes; la pacificada Suráfrica con más de 30, Brasil 25, México 18. En el
Salvador, las maras –pandillas- reclutan niños de primaria y han desplazado 300mil
personas. El Gobierno ha tenido que pactar treguas que temporalmente reducen asesinatos
pero aumentan extorsión. En la víspera electoral el gobierno de izquierda
propuso girar hacia una política de mano dura; pero con la destrucción
institucional ya no hay como hacerlo. Las pandillas ordenan paros del servicio
público, y quien desobedece es asesinado. Estallan bombas. Tienen en jaque al
Estado, y los ciudadanos no creen que el Gobierno pueda detener la violencia.
Mientras el Salvador
busca consejos en Medellín -que en la década del 2000 logró reducir en 80% la
tasa de homicidios por la seguridad democrática de Uribe y la desmovilización
de paramilitares-; en Colombia pretenden seguir la fracasada ruta de la
impunidad del Salvador.
El Gobierno no firmó el
sometimiento de las Farc a la justicia colombiana; todo lo contrario condenó a
la Nación a tener que rendirle cuentas a una justicia impuesta por las Farc. Me
declaré sorprendida, pues imaginé que concedería impunidad, que les permitiría
conservar el dinero y las armas, les asegurarían la representación política
–como lo hicieron-; pero nunca se me ocurrió que las Farc fueran a “ajusticiar”
a los ciudadanos de Colombia con las propias instituciones del Estado. Lo que
no lograron por las armas lo conseguirán con las capitulaciones del Gobierno.
Todos los ciudadanos y las fuerzas militares han tenido que ver de manera
directa o indirecta con el conflicto armado, y por lo tanto estarán sujetos a
la “jurisdicción de paz”, y el Gobierno y las Farc definirán el mecanismo de
selección de los magistrados que nos juzgarán.
Las Farc con sus 15 mil
narcoterroristas pesan lo mismo que los 50 millones de colombianos. La
aseveración necia de un senador gobiernista que tilda de terroristas a los
congresistas del Centro Democrático muestra el extremo de la tergiversación de
valores. Si el CD fuera terrorista, no tendría la amenaza de cárcel sobre sus
líderes, el Fiscal –como lo hizo con las Farc- suspendería imputaciones. Los
veinte senadores, podrían transformarse en una mayoría en el Congreso. Ganarían
acceso a medios de comunicación, leyes y recursos para reformar los temas
agrarios y de participación política; dirigir la política antidrogas, y minero
energética. Pesan más las armas y la violencia que la segunda fuerza política
de Colombia. El camino es errado, sucederá como en el Salvador, los criminales
cambiaran de nombre, no mejorará la seguridad ciudadana, pero nuestras
instituciones se debilitarán.
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