Deseos de “paz” del ELN

Quienes criticamos el proceso de la Habana lo hacemos con la convicción de que esta

negociación constituye un error; lejos de acercar la paz, la aleja. La impunidad y el

premio a los violentos son una invitación a la violencia.

El ELN conmemoró al “cura guerrillero Camilo Torres” con varias acciones violentas.

Edison Montoya y Jhon Oquendo, policías auxiliares, fueron asesinados por el ELN en

Nariño el lunes. El policía Yefry González fue acribillado mientras almorzaba en Ocaña,

Norte de Santander, dos civiles y un uniformado resultaron heridos también por el

ELN. En Tibú fue atacada la garita de la Policía y la estación de Policía en el municipio

de Puerto Echeverry en el Bajo Baudó, Chocó. Ataques en Pailitas, Cesar. Explosivos en

la via Tambo-Popayán, Cauca. Bloqueos con toma de tractomulas en la via Tumaco-

Pasto. Además del decreto de un paro armado que se extiende del 14 al 17 de febrero,

y que se anuncia con volantes en varios municipios del país.

El ELN estaba casi desintegrado, sin embargo, hoy remplaza la cuota de violencia que

otrora correspondía a las Farc. El hecho tiene dos interpretaciones. En muchos

municipios se habla de que miembros de las Farc habrían cambiado de brazalete. Se

concluye que la desmovilización de las Farc será solo parcial y que sus nuevas

generaciones solamente remplazarían la marca para continuar en su carrera criminal.

La segunda, más interesante y dramática, es que esta violencia es la expresión del

deseo de “paz” del ELN. Estarán pensando los líderes del grupo narcoterrorista que

requieren un escalamiento de la violencia de manera que el Gobierno opte por

tratarlos como trató a las Farc. Entre más malos, más violentos, más sanguinarios,

mejores condiciones obtienen en la mesa.

El ELN quiere exactamente lo que obtuvo las Farc: que los manden a veraniar a algún

país donde los atiendan como reyes (un millón de dólares al año paga Colombia a

Cuba por las atenciones a los terroristas Farc); que los traten de igual a igual con el

Gobierno, que les garanticen la impunidad para todos sus delitos, que les aseguren

representación política e incidencia en las decisiones públicas, que ellos también

puedan nombrar jueces para juzgar a los colombianos.

Algo de las dos explicaciones habrá. Lo sustantivo, lo que no quiere ver el gobierno, es

que este efecto que ya es visible en el ELN será, seguramente, extendido en el

panorama nacional. Los Urabeños, la Máquina, las Águilas Negras y todas las otras

organizaciones criminales que serán herederas de los negocios de narcotráfico,

extorsión y minería ilegal, buscarán también ser suficientemente violentas para en

unos años merecer el trato que obtuvo las Farc.

Para construir la paz hay que recorrer el camino largo, los atajos sólo nos desvían.

Esta generación que nos gobierna acabará por alargar la violencia varios años más. En

otro lapso de 20 o 30 años tendremos otra vez que preguntarnos si negociamos

impunidad (un atajo) o si seguimos el camino largo e inevitable de ser coherentes en

la aplicación de la ley y decididos en la consolidación de las instituciones.

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