Nos hace falta su grandeza Noviembre 03 de 2015
Nos hace falta su grandeza
“El final de la grandeza” fue el acertado
titular con el que el “El Nuevo Siglo” registró el magnicidio de su director y
principal motor de oposición periodística contra el régimen. En aquella mañana
del 2 de noviembre de 1995 toda la corrupción, la mezquindad política y el
narcoterrorismo fueron un solo puñal en las balas que asesinaron a quién
representaba exactamente lo contario. La Colombia de la pequeñez
asesinaba así a la Colombia de la grandeza, al talante orientador que por medio
siglo encarnó las virtudes integrales del estadista.
Con pruebas contundentes en la mano, la
familia Gómez se ha enfrentado sola y durante 20 años al ente acusador sin que
se haya logrado obtener el decreto de las pruebas que podrían esclarecer el
caso. Veinte años más tarde, la Fiscalía parece el agente encargado de
garantizar la impunidad del magnicidio; cómo no deplorar y denunciar su cínica
y desvergonzada actitud. Con todos estos días sin resolver nada, se ha empeñado
el Fiscal Montealegre en negarle a este magnicidio el calificativo de lesa
humanidad que impediría que prescriba, pese a que casos similares han sido
calificados así para permitir las investigaciones.
Gómez era periodista, redactor, caricaturista,
director de diarios. Fue varias veces concejal, a sus 25 años fue elegido
Representante a la Cámara y a sus 32 Senador de la República. Fue Embajador
ante Suiza, Italia y Estados Unidos. En tres ocasiones fue candidato a la
Presidencia de la República. Victima del secuestro en 1988 por el M19, también
fue Presidente de la Constituyente 1991. Finalmente asesinado cuando su voz se
alzó contra la corrupción del narcoterrorismo con sus tentáculos pretendía hacerse
a la representación política.
Ahora no quisiera evocar al profesor asesinado
mientras salía de dictar su cátedra sobre “cultura colombiana”, ni al
periodista silenciado por encabezar desde la prensa la principal oposición
pacífica a un gobierno cuestionado. Quisiera en cambio recordar al mártir de la
democracia, que desde las vicisitudes de nuestra Colombia ya presentía su
destino:
“Ser abatido por ráfagas de ametralladora como
parecía ser mi suerte, no debía considerarse como un infortunio singular,
quizás no era un bel morir pero en
las actuales circunstancias del país, una muerte así podía ser un sacrificio
útil, sino la creación de un símbolo que convocara un movimiento de
restauración nacional”.
Quizás la impunidad sea el lógico corolario de
esta tragedia. Tantos años después nos amarga el corazón no solo la impune
muerte del querido líder, sino la frustración patente de sus anhelos mas
elevados. El gobierno Santos avanza por la senda del irrespeto a las
instituciones, la estigmatización de la oposición política y la redención y
premio del narcoterrorismo, cuyo nombre solo ha mutado. El país sigue sin oír
la voz de Gómez, que hoy reclama: “La divina voz del pueblo es la que debemos
seguir, y no la de las subametralladoras.”
Quiera Dios que nuestros jóvenes puedan vivir
algún día el país como lo soñó Álvaro Gómez; y que los abusos presentes inviten
a una resistencia cívica que restaure nuestra dolida Nación.
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